Pintar la espuma, escribir el dolor
Converso con Tomás González sobre el dolor, la pérdida y la belleza.
¿El duelo de una muerte programada es más soportable que la afrenta de un deceso intempestivo?
En La luz difícil, de Tomás González, un hombre (David) despierta atormentado por una angustia que le punza el vientre. Su hijo (Jacobo) ha decidido quitarse la vida por la vía de la eutanasia. Espera, de ese modo, librarse de las consecuencias funestas que un accidente de tránsito le provocó años atrás: la paraplejia y un dolor incesante e insoportable.
En la víspera de su pérdida, David padece el transcurso de las horas y la distancia que le imposibilita alterar la resolución de Jacobo, aun con la certeza de que aplazar su propio dolor significa extender el de su hijo. La agonía de la espera lo lanza, con el resto de la familia, a una hondonada de intranquilidad.
Por esos días, David canalizaba sus pulsiones creativas en la confección de un cuadro. Deseaba capturar la luz que refulge sobre la estela de espuma que deja la hélice de un ferry al navegar. Se entrega con intensidad febril a ese cuadro y a la elusiva tarea de pintar esa luz esquiva, la luz difícil.
Un par de décadas más tarde, David perderá progresivamente la vista. Habrá dejado la pintura, pero ofrendará sus esfuerzos a la escritura de sus memorias. Desde esa vejez meditará sobre el significado del dolor, la pérdida y, ante todo, la belleza. También son estos los temas que Tomás González (Medellín, 1950) aborda en esta conversación. Habla además sobre sus procesos creativos, sobre los orígenes diversos de sus novelas y sobre la materialidad del mundo que construye en sus ficciones.
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David narra desde la vejez y la ceguera progresiva. ¿Cómo se preparó para construir una voz capaz de transmitir estos rasgos? ¿En qué consiste la caracterización de esa voz?
El amor que sentí por Dora, quien ya murió, y por mi hijo Lucas dieron el tono a la narración en primera persona del protagonista, tono que se establece ya en el primer capítulo. En ese capítulo estaba todo. En el primer párrafo, mejor dicho, estaba ya todo.
La muerte de un hijo es un tema que pone al escritor en riesgo de caer en el sentimentalismo. ¿Tuvo alguna resistencia inicial a escribir sobre el duelo?
Siempre he querido evitar el sentimentalismo, porque las lágrimas no dejan mirar bien ni escribir con calma. Ya había tenido que bregar con eso cuando escribí Primero estaba el mar, una novela también corta basada en el asesinato de mi hermano Juan en una finca selvática en Urabá. Prefiero una narración dura, aunque no despiadada, que una demasiado sentimental. Y tuve que superar en los dos casos la resistencia que mencionas. Fueron temas difíciles.
David reflexiona sobre su dificultad para consolar a otros, especialmente a sus hijos. Me parece un punto ideal para reflexionar sobre cómo los varones lidiamos con las emociones. ¿Qué piensa sobre ello?
Creo que para el escritor es mejor dejarse guiar por la intuición y no por sus propias opiniones o reflexiones. Dejar que el tiempo de la narración pase solo, se desenvuelva. Si en la novela hay reflexiones, son las de los personajes, no las del escritor. De otro modo se corre el riesgo de que se conviertan en la encarnación, o el ejemplo, de una opinión o de una reflexión, pierdan así su vida propia y queden acartonados.
En la novela hay una cadencia muy particular, una musicalidad que parece marcada por la contemplación. ¿Cómo trabaja el ritmo narrativo? ¿Es una preocupación formal?
Me parece que la musicalidad del texto es lo que le permite alcanzar toda su belleza y profundidad. A veces no es la historia, la anécdota digamos, la que guía la escritura, sino aquella cadencia. Y cada escritor tiene su música particular.
La narración fluye entre el presente y los recuerdos sin transiciones demasiado marcadas. ¿Se impone este tipo de decisiones creativas en la preparación de la arquitectura de un libro?
En La luz difícil fui tomando esas decisiones a medida que avanzaba. A veces retrocedía para avanzar, como se hace tantas veces en literatura —pues la vida casi nunca es lineal—. La intuición iba marcando las transiciones y también las marcaba lo que acabamos de mencionar, la música.
El lenguaje pictórico es, inevitablemente, omnipresente: la luz, los colores, la composición de las escenas. ¿Qué importancia tiene la materialidad del mundo en sus personajes?
Todo eso que mencionas es también indispensable. Por eso es tan complejo este trabajo: es pintura, es poesía, es música, es psicología viva y todo debería lograrse con soltura y fluir con espontaneidad.
El dolor físico de Jacobo es una presencia constante, pero no lo vemos desde el drama sino desde la aceptación. ¿Por qué le interesaba explorar el sufrimiento desde este sitio?
La aflicción más intensa no es la de Jacobo, en quien, como bien dices, ya hay aceptación, sino la de David, pues a mi modo de ver la muerte de un hijo trae la congoja más intensa que puede sentir un ser humano. Ese es el eje de la novela.
En algún momento, David dice que “La verdad no existe”. A propósito de ello, ¿considera que hay verdades o ideas a las que sólo se puede acceder por medio de la ficción?
En la vida la realidad nos llega en jirones que sentimos como caóticos porque estamos inmersos y somos arrastrados por el movimiento y no tenemos manera de hacernos a una visión completa de lo que nos está ocurriendo. La literatura nos permite recrear lo ocurrido, de modo que podemos verlo en su totalidad y entenderlo. Pero esa realidad que creamos al narrar no es la realidad real, es decir, eso no fue lo que pasó sino algo muy parecido a lo que pasó. Es lo pasado reflejado en nosotros como en un espejo. Esta nueva realidad está gobernada por sus propias leyes, es autónoma, tiene su propia verdad. Y cada escritor la crea según su peculiar sensibilidad y sentido de la belleza y del ritmo.
En la novela hay una reflexión sobre el envejecimiento y la manera en que el mundo se va desdibujando, tanto en la memoria como en la vista del narrador. ¿Cómo ha cambiado su propia relación con la escritura con el paso de los años?
Para mí, igual que para David, el protagonista de La luz difícil, viene perdiendo en importancia la búsqueda del éxito. Lo que llaman triunfar me interesa mucho menos que cuando tenía, digamos, 45 años. El trabajo de escribir en sí me sigue apasionando, y tengo cosas que quisiera lograr, ambiciones, asuntos por explorar, pero aquellos mecanismos que usamos para atrapar al lector y así tener éxito, el suspenso, por ejemplo, la trama, ya no los estoy sintiendo como estrictamente necesarios. Más me interesa mirar cómo mis experiencias y mis recuerdos se transforman en palabras y cómo estas crean una realidad nueva, una verdad nueva. Y mirar, en fin, como la memoria y yo mismo nos iremos también desdibujando hasta que ya no quede nada. Solamente el cosmos.
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🎶 Una canción
Recientemente conocí la música de Alejandro y María Laura, un dueto peruano que reside en España. A finales de 2024, pasaron un momento difícil, porque la DANA que afectó algunas regiones costeras de ese país arrasó con su casa en Valencia, así como con buena parte de sus pertenencias, equipos de trabajo y medios de subsistencia.
Esa tragedia material me hizo pensar en una de sus canciones populares. “Algo tiene que estar mal” es un canto por la conciencia de clase y por el derecho al gozo. Suena, además de todo, a la mejor tradición de la chicha peruana.
Muy bueno 😃. Lo incluimos en el diario de Substack en español?